REUNIÓN DE EGRESADOS

Comencé la semana con un inusual estado de felicidad. Los contratiempos habituales no empeoraban mi humor y las buenaventuras me alegraban aún más. El motivo era la reunión de egresados del viernes siguiente.
Ese reencuentro después de veinticinco años me producía sensaciones similares a aquellas que tenía cuando era soltero. Me retrotraía a una época especial de mi vida, una etapa con pocos problemas, escasas responsabilidades y menos preocupaciones.
Mi relación de pareja era muy buena, con momentos más soportables que otros pero con la convicción de volver a elegirnos si todo volviese atrás. Llevábamos doce años de convivencia y dos hijas que alegraban la mayoría de nuestros días. A pesar de todo esto, salir solo me provocaba una inexplicable felicidad. No perseguía la posibilidad de una conquista y mucho menos planeaba una noche con prostitutas. No, no se trataba de una simple infidelidad. Era ese rato diferente, ese espejismo de libertad que desde hacía tiempo no experimentaba y en el que volvía al individualismo. A ser quien era antes de formar lo más importante de mi vida, mi familia.
Volver a ver a mis compañeros después de tantos años me provocaba una grata incertidumbre. Me preguntaba si los reconocería. Seguramente habría entre ellos, profesionales, empresarios, empleados, docentes, amas de casa… desocupados. Las variantes que ofrece el destino son inagotables y a veces inimaginables. Cada ser con su suerte, con su destino… con sus locuras, con sus traumas…
Colmado de expectativa y curiosidad, cuando llegó el día partí, puntual, hacia el restaurante.
La organización había estado a cargo de María Rosa y Marcelo. Dos personas de esas que pone Dios en algunos lugares para brindar paz y sosiego. Seres que jamás pelean con el resto, que no conocen la envidia ni el egoísmo y aceptan a los demás tal como son. Extraterrestres. O mejor dicho, buena gente. María Rosa me había comentado, varios meses atrás, su interés en armar el encuentro pero lamentablemente yo no contaba con el tiempo necesario ni con la memoria para ayudarla. Condiciones ambas que poseía Marcelo, a quien endilgué la cuestión.
Luego de un prolijo trabajo lograron contactar a diecinueve sobrevivientes, que con nuestras almas, sumábamos veintidós.
Finalmente asistimos al encuentro dieciocho ex alumnos. Sospechamos que fallaron a la cita los que tuvieron miedo de no ser reconocidos.
Vale la pena aclarar que después de trescientos meses, para reconocer a alguien no sólo hace falta ser buen fisonomista sino bastante imaginativo.
Los primeros en llegar fueron los organizadores y luego, poco a poco, nos integramos el resto. Achinando los ojos, equivocando nombres, exagerando saludos, confundiendo gente…
Estéticamente, la vida había acariciado a algunos compañeros y atacado a otros. En general el paso del tiempo no sienta bien pero noté en varios un deterioro lógico y piadoso (grupo entre los que me incluyo… total escribo yo). Otros, en cambio, parecían haber combatido en una guerra, perdido la misma y sufrido el cautiverio de un campo de concentración.
Veinticinco años no es poco tiempo.
Una compañera que vimos por última vez con cincuenta kilos, ahora le adivinábamos setenta… setenta más. “Tuve tres hijos” decía defendiendo su obesidad y uno se preguntaba si ya los había parido o si todavía los llevaba en el vientre. “Para colmo ese vestido color fucsia no la ayuda nada”, comentó una flaca que de estudiante había sido bastante arpía y con el tiempo se había perfeccionado.
Es curioso, a los hombres nos engordan las pastas, el pan, los postres y a las mujeres, algunas polleras, blusas y vestidos.
“La misma mirada” me dijo María Rosa al oído refiriéndose al “Oveja”. Era lo único que había podido encontrarle igual. Terminó la secundaria con el cabello largo y enrulado (de ahí el apodo) y el tiempo en complicidad con los genes lo habían esquilado.
Se advertían varias mutaciones entre los comensales.
Atletas de cuerpo trabajado convertidos en gordos bigotudos. Diosas esculturales, en madres sufridas.
El tiempo, pensé, se evidencia en caídas. Al hombre se le cae el pelo y a la mujer el culo y las tetas. Asimismo, Dios es sabio y pone a ambos sexos menos pretenciosos, de manera que todos nos sentíamos atractivos y conquistadores.
Estábamos felices y eso era evidente.
Este reencuentro nos ponía en una situación especial. Habíamos terminado la secundaria en un plano de igualdad y ahora éramos tan diferentes. Distintas ocupaciones, responsabilidades, objetivos. Vidas disímiles, unidas sólo por la memoria. Veíamos esos veinticinco años de existencia desde otro lugar. Una marea de recuerdos nos empapaba de anécdotas, de evocaciones y sobre todo de nostalgia haciendo olvidar, por un rato, el presente.
Un presente que no todos habían buscado y mucho menos soñado.
Un variado abanico de respuestas surgía cuando se preguntaba por el estado civil. Casados, juntados, separados, divorciados, en pareja, en compás de espera, separados bajo un mismo techo, madres solteras y a veces todas las variantes posibles en un mismo ser.
Quiso el destino que esa misma noche realizara también su reencuentro un grupo de egresados de otra institución sumando así desconcierto y confusión. Patricia y Marcela se encontraron en la puerta y estuvieron cinco minutos abrazadas. Comenzaron a dialogar y descubrieron que se trataba de otra Marcela y de otra Patricia. Se secaron las lágrimas y sin mas fueron cada una con su grupo.
Hubo también ex novios que recordaron viejos tiempos (y no sólo con palabras), amigos inseparables que nunca más se habían vuelto a encontrar y antiguas enemistades que los años disiparon. El tiempo, sin duda, es el mejor maestro, una lástima que termine con nuestras vidas.
Los mozos habían juntado cuatro mesas y en ellas nos acomodamos. Pedimos pizza, gaseosa, cerveza y vino.
La consigna era alternar los lugares cada cierto tiempo a fin de poder conversar todos con todos.
Cumpliendo con este rito fue que me encontré comiendo frente a Luciano. Lo recordaba como un tipo tímido, retraído, aunque en la actualidad se veía diferente. Luego de rememorar varias vivencias y sacar el cuero a profesores y celadores volvimos al presente.
– ¿A qué te dedicás Luciano?
– Soy parapsicólogo.
– ¿Me hablás en serio? – pregunté inocente. Admito que estuve
algo rústico pero fue una respuesta inesperada. Si me hubiera contestado carpintero, mecánico, panadero, herrero, músico, pintor, decorador o cualquiera de las otras mil ocupaciones que yo conocía, podría haber tenido chance de dialogar, pero parapsicólogo…
– Sí, ¿qué tiene de malo? – me retrucó sonriendo.
– Nada, es que conozco poco sobre el tema…
– Y lo poco que escuchaste no es bueno. Decime la verdad, ¿creés
que somos todos unos chantas? Y no estás tan equivocado, está lleno de farsantes, estafadores y simuladores que no hacen más que empañar la imagen de los que nos rompimos el alma estudiando e investigando para que el nuestro sea un laburo digno.
En ese momento, Carlos y Raúl, se sentaron frente a nosotros. Habían escuchado algo al pasar y advirtieron que el tema era más interesante que las travesuras de los hijos de Viviana. Me gustó que se incorporaran a la charla, me sentí acompañado en mi ignorancia. De inmediato los interioricé comentando que Luciano era parapsicólogo y que realmente era una profesión que se prestaba para el engaño
– ¿Y en qué rama estás vos? –Peguntó Carlos que, evidentemente,
había leído más que yo sobre parapsicología.
– ¿Rama? No, yo tengo un escritorio en una oficina –bromeó
Luciano y continuó- me especialicé en adivinación, clarividencia e hipnosis. Y mi socio en espiritismo, telequinesia y telepatía.
Acababa de aparecer un socio que sin dudas enriquecía la historia.
– Ah, ¿tenés un socio? –pregunté estúpidamente lo que acababa de
escuchar.
– Sí. Tenemos el estudio a medias. De acuerdo al tipo de consulta o
tratamiento que necesite el paciente, lo atendemos uno u otro.
– Hay especialidades en todos los rubros. Yo creo que va a llegar el
día en que una verdulería sólo venda tomates en sus quince variedades –los comentarios innecesarios son mi especialidad.
Luciano sonrió por cumplido.
– Che, digo yo… –dudó Raúl – ¿es cierto que para hipnotizar a un
tipo, necesitás que siga el recorrido de un péndulo o es todo verso?
– Depende, es uno de los métodos.
– Es que el contador quiere comprarse un reloj de pared antiguo y
tiene miedo de pasarse el día mirándolo –me mofé de Raúl tocándole el hombro.
– Hay diferentes formas de lograr la hipnosis, incluso simplemente
con la mirada –continuó Luciano-. Algunos usan la voz, otros se valen de objetos para fijar la atención, la cuestión es llegar al estado psíquico en el que se pueda alterar el equilibrio del sistema nervioso.
No era un improvisado, al menos hablaba con propiedad.
– ¿Vieron a esos prestidigitadores que aparecen en los programas
de televisión, que hipnotizan a una persona del público y lo apoyan en los respaldos de dos sillas? -Asentimos todos masticando-. Bueno, a través de la hipnosis logran la rigidez muscular.
– El famoso “duro duro” de Tu Sam –aportó Carlos.
– Claro, y después se intentó usar para los problemas de impotencia
–bromeó Luciano.
En ese momento se acercó María Rosa juntando el dinero para pagar la cuenta.
– Pagamos la cuenta ahora porque Macha se va, mañana labura.
Pero el resto nos podemos quedar charlando de sobremesa –explicó.
– ¿Macha labura? –preguntó Raúl.
– Es sabatista –cortó Carlos- trabaja únicamente los sábados, el
resto de la semana se rasca las bolas. –María Rosa hizo un gesto dando a entender que la broma era realidad. Pagamos y continuamos hablando.
– Loco, contanos algún caso, no te olvides que nosotros tenemos
laburos aburridísimos comparados con el tuyo –pidió Raúl acomodándose en la silla y de inmediato preguntó- ¿quieren que les explique como pasar los asientos al libro diario o prefieren que Carlos nos cuente qué cargaron los barcos que entraron al puerto esta semana?
Coincidimos todos en que el tema relevante era la parapsicología.
– Casos hay muchos pero tengo miedo de quedar en ridículo y que
crean que les estoy bolaceando.
– Dale loco, igual lo vamos a pensar –bromeó Raúl.
– Rescatanos de la ignorancia –insistí entusiasmado.
– Bueno, pero antes voy a pedir algo para brindar por este
reencuentro –dijo levantando la mano y el mozo se acercó dispuesto-. Tráigame champagne, mozo… a ver… -miró hacia los costados- tres botellas, una para cada punta de la mesa y otra para nosotros –se incorporó y llamó la atención con algunos ademanes-. ¡Yo invito el brindis para festejar por este reencuentro!
Hubo un pequeño aplauso y varias sonrisas de agradecimiento. Luciano se volvió a sentar y continuó hablando con el mozo.
– Tráigame un buen champagne, ¿tiene Pomerí? –el mozo asintió y
nuestros ojos se volvieron huevos fritos por un instante- tráigame entonces, tres botellas de Pomerí.
Al ver nuestras miradas el parapsicólogo advirtió que algo nos ponía
incómodos.
– Aflójense muchachos, un día de vida es vida. Además, como les
dije, yo invito –repitió mostrando, cual si fueran naipes, un montón de billetes de cien pesos que acababa de sacar del bolsillo- la plata está, ven, ven que está… El dinero es sólo un instrumento que sirve para darse estos gustos.
– Sí, pero si no tocás ese instrumento no podés cantarle al mozo lo
que querés. Ahora contanos alguna experiencia.
– Hace un tiempo llegó a mi consultorio una mujer que tenía serios
inconvenientes con un Poltergeist…
– ¿Con un qué? –preguntamos al unísono.
– Los Poltergeist son espíritus que no descansan en paz y se
manifiestan de diferentes maneras. Generalmente no son malos pero son muy pícaros y traviesos y andan por la muerte tratando de llamar la atención –informó utilizando un tono poético-. Esta señora tenía uno dentro de su casa que la estaba volviendo loca. Le daba vuelta los cuadros, le prendía las velas, le hacía estallar las bombitas de luz…
– Yo me hubiese mudado de inmediato –susurré asustado.
– Bueno pero esta mujer prefirió agarrar al toro por las astas y
resolver el problema. Por eso me fue a ver, -hizo una pausa con aire de suficiencia-. Ella había quedado viuda hacía poco tiempo y no era escéptica a estas cuestiones. Creía que su marido estaba relacionado con dichas alteraciones. Recuerdo que mi socio, en ese tiempo, estaba haciendo un curso en Chile y como él es especialista en espiritismo le informé sobre el caso telepáticamente y desde allí me ayudó a resolver el problema.
– ¿Telepáticamente?
– Claro, varios colegas nos comunicamos y nos contamos nuevas
experiencias y técnicas recientes. Sobretodo con parapsicólogos de otros países.
– Se ahorran un montón de guita en teléfono –aportó Carlos, serio.
– ¿Si estás conectado con uno y te llama otro, da ocupado?
-consultó Raúl.
Volvió el mozo y sirvió champagne. Luciano se paró, propuso un brindis y el resto lo imitamos levantando las copas. Luego, a los gritos y hablando a la vez, agradecimos a los organizadores, prometimos un nuevo reencuentro y nos volvimos a sentar. Carlos, Raúl y yo intuíamos que lo mejor estaba por venir. Lo estimulé:
– Dale, seguí, que va lindo.
– Realicé una sesión de espiritismo para comunicarme con el
poltergeist e intentar averiguar porqué razón estaba tan inquieto, sin duda se trataba de un tema pendiente con la viuda. Pero fracasé. Entre las amigas que había convocado la dueña de casa para ayudarnos en la sesión, había alguien con energía negativa o bien era escéptica a este tipo de prácticas. El espíritu se negaba a establecer contacto. Pocos días después, volvimos a intentarlo con similar resultado. No pasamos de un cristal roto y algunos golpes en la mesa. Recién en la tercera reunión descubrí, por su modo de actuar que el problema era María Mercedes, así se llamaba la amiga que no creía, la ignorante, -aclaró y sonó a palazo para nosotros-. De manera que le pedí que se retirara y pude finalmente entrar en estado de trance. Por mi intermedio, el finado le confesó a la viuda que le había sido infiel y que estaba arrepentido. Ella, en principio se enojó pero luego entendió que no encontraría castigo para un muerto. Sospechó que era la última en enterarse y sintió algo de vergüenza ante sus amigas. De pronto, como si estuviera aconsejada por un abogado le dijo que sólo lo perdonaría si le decía con quién la había engañado…
– Curiosa como todas las minas –observó Raúl como al pasar.
– El espíritu, ya no tenía necesidad de cumplir con el rito de ser
caballero así que sin rodeos reveló que la había engañado con María Mercedes.
– Me imagino que la viuda quería matar a su amiga…
– Mi trabajo había terminado, así que cobré y me fui.
– ¡Qué tul…! -murmuré y luego nos quedamos un instante callados,
atónitos.
El champagne estaba buenísimo. Observé que algunas chicas lo
probaban por compromiso. Las imaginé pensando la típica frase “prefiero la sidra”. Por mi parte, quedara bien o mal, intentaría apoderarme de esas copas semi llenas.
– ¿Qué sentís… cómo te das cuenta cuando se quieren comunicar
con vos? –interrogó Raúl cortando ese momento de incertidumbre.
– Bueno, nosotros los parapsicólogos tenemos una percepción
especial, poseemos facultades diferentes… -explicó a la vez que cerraba los ojos y se tocaba la sien con el dedo mayor- ahora, por ejemplo, siento que alguien se quiere comunicar conmigo pero no puedo precisar quién es y qué quiere.
Los tres acercamos los torsos como para que ningún detalle se nos escape.
– Acá hay mucha gente. No puedo establecer contacto. Raúl, dame
la mano y levantá el otro brazo.
El contador parecía un tímido alumno de primaria con ganas de ir al
baño. Había levantado la mano como jurando decir toda la verdad y miraba a los costados rogando que no lo viese algún cliente suyo.
– No, no hay caso, no logro conectarme -se quejó Luciano-. Voy
hasta la vereda porque sospecho que mi socio me necesita –agarró la campera y salió apurado, preocupado, diciendo “enseguida vuelvo”.
Todos lo observamos retirarse. Cuando pasó junto a la caja tuvimos
la esperanza de que parara, pero no.
– Me parece que nos cagó –sospechó Carlos.
Y tuvo razón.
Nunca más lo volvimos a ver.
Jamás olvidaremos el champagne de esa noche, sobre todo por el precio que lo pagamos.

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