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Alfonso se recostó sobre el respaldo, entrecruzó los dedos detrás de la nuca y estiró las piernas con un gesto de satisfacción. Había trabajado todo el día y disfrutaba de ese momento de esparcimiento con su amigo en el café. De pronto, sin motivo aparente, expresó:

– Dicen que hay dos tipos de mentirosos, los que bolacean para entretener y los que mienten para joder. Aunque yo creo que hay más clases: los que están enfermos y engañan hasta cuando dicen la hora, los que se convencen de su mentira, los que fabulan, los que exageran…

– ¿Estás por hacer una tesis sobre los mentirosos? –Dalmiro estaba de espaldas a la puerta y por eso no había entendido el comentario.

– Ahora vamos a tener un práctico con el Zarpa –murmuró Alfonso adelantando el mentón.

Recién entonces Dalmiro giró la cabeza y lo vio. El Zarpa acababa de entrar y bromeaba a su paso con personas de otras mesas.

  • ¿Aterrizará acá?

  • ¿Te cabe duda? Somos la mejor pista para sus fantasías.

Alfonso y Dalmiro parecían molestos, aunque en realidad disfrutaban la compañía del Zarpa. Dialogar con él era una especie de aventura que luego comentaban durante varios días. Su narración se podía tildar de extravagante o inverosímil, pero siempre gozaba de fundamento. Además le aportaba la vehemencia necesaria para que el relato resultase entretenido e interesante.

El Zarpa llegó a la mesa y antes de sentarse pidió al mozo mediante señas otra cerveza para reforzar la que, se veía de lejos, estaba a punto de morir.

  • ¿Qué acelga, todo viento? –preguntó. Era un personaje ocurrente,

de esos que siempre tienen frases y dichos simpáticos.

  • ¿Y bosque, todo tranquera? –siguió el juego Dalmiro.

  • Hace tiempo que no aparecés por acá –comentó Alfonso.

  • Viste cómo es la vida, entre una cosa y otra relegás lo más

importante: la cerveza con amigos –reflexionó.

  • Eso es filosofía de vida –acordó Alfonso- Y decime, ¿qué incluye

“entre una cosa y otra”?

  • Boludeces: el trabajo, la familia, la salud… –bromeó el Zarpa.

  • ¿Siempre laburás en la pollería?

  • Sí, es un trabajo menudo pero hay que poner huevos porque si

metés la pata hasta el muslo te conviene apechugar y no abrir el pico para que no te agarren del cogote –satirizó.

  • ¡Epa!, me pone la piel de gallina semejante despliegue

humorístico.

  • Ahora hablando en serio, sigo con el mismo laburo, es piola y no

levanta sospechas. En definitiva, es lo que me pidieron que consiguiera.

  • ¿Quién? –consultó Dalmiro presintiendo que venía el disparate.

  • El gobierno –contestó mientras servía la cerveza que el mozo

acababa de dejar sobre la mesa.

  • ¿Trabajás para el gobierno? –preguntó Alfonso en un cruce de

miradas con Dalmiro.

  • Ahá, –asintió exageradamente con la cabeza mientras tragaba-

hace mucho tiempo… –hizo una pequeña pausa en la que echó un rápido vistazo por el resto de las mesas y luego, con un tono de voz confidencial, dijo- es una gestión encubierta, les pido absoluta reserva, muchachos.

– Nosotros somos como los porteros de los telos, Zarpa –aseguró Dalmiro sellando su boca con los dedos como si tuviese un cierre imaginario en los labios.

  • ¿Y cuál es tu misión? –Alfonso empezaba a disfrutar de la charla.

  • Analizo los mensajes subliminales de las películas yanquis.

  • ¿Cómo es eso?

  • Mi trabajo consiste en examinar cada filme que entra al país y

pasar un informe a Casa de Gobierno. Una especie de asesor…

  • ¿Analizás las películas? ¿Con qué fin? –Alfonso sabía que el

Zarpa no era un improvisado y que para cada pregunta tenía respuesta.

  • Muchas películas yanquis tienen mensajes ocultos. Sus directores

narran, en forma encubierta, intimidades del gobierno y del país. Es como un juego.

  • ¿Y vos cómo te das cuenta?

  • Hay que ver más allá –ahora el Zarpa había adoptado cierto aire

de suficiencia-. A ver… a simple vista los americanos siempre trataron de mostrarnos en sus películas una condición social muy diferente de la que vivían. Por ejemplo, hace treinta años, cuando el racismo era evidente y brutal, ellos nos mandaban series televisivas como “División Miami” o películas como “Arma mortal” que tenían como protagonistas a un policía blanco y otro negro. Hermanos de sangre con diferente color de piel. Más claro echale agua.

  • “48 horas” con Eddie Murphy –contribuyó Dalmiro.

  • Ese es otro ejemplo, –el Zarpa apuntó con el índice a Dalmiro

agradeciendo la participación y continuó-. Era la forma de contrarrestar la imagen de un país que se llenaba la boca hablando de democracia, pero que en sus calles mostraba lo contrario. Infinidad de bares y restaurantes no dejaban entrar negros. Comercios de todos los rubros con carteles en sus vidrieras prohibiéndoles el ingreso y transportes públicos con sectores predeterminados, como si esos tipos estuvieran enfermos…

  • Derrochaban discriminación –completó Dalmiro.

  • ¡Claro! –subrayó el Zarpa- pero en las películas exhibían lo

contrario. Con el paso del tiempo la cosa fue cambiando. Diez o quince años después se dieron cuenta de que el público de cine prefería a la gente de color.

  • De color negro –aportó Dalmiro.

  • Sí, boludo, no va a ser a los chinos –refutó Alfonso, harto de las

acotaciones de Dalmiro.

  • Fue entonces –retomó el Zarpa- cuando pasaron a ser los héroes

de la historia y se estrenaron filmes como “Enemigo oculto” o “Contrato” con protagonistas de la talla de Morgan Freeman, Forest Whitaker o Samuel Jackson.

  • Denzel Washington –sugirió Dalmiro.

  • Denzel Washington… –el Zarpa se pasó el índice y el pulgar por

la comisura de los labios y repitió- Denzel Washington… no es el mejor ejemplo.

  • ¿Por qué lo decís? –se interesó Alfonso.

  • No es negro –susurró el Zarpa mirando el recinto por encima de

las cabezas de sus acompañantes.

Lo estaba haciendo de nuevo, los había atrapado en sus redes y lo

peor era que ellos no querían salir de esa fantasía. La historia les resultaba tan descabellada como interesante.

  • ¿Cómo que no es negro? Mañana mismo llevo mi televisor al

service –ironizó Dalmiro.

  • Pero no crean que es el único caso –el Zarpa no tuvo en cuenta el

comentario-. Cuando la plana mayor yanqui encuentra un actor de carrera, con personalidad, carisma y talento especial, le ofrece otra vida. Después es decisión del artista convertirse en una celebridad o seguir siendo un don nadie. Entre los cambios, está el color de la piel.

  • Me estás jodiendo…

  • ¿Acaso Michel Jackson no lo hizo a la inversa, que es mucho más

complicado? –argumentó el Zarpa.

  • Te mandás dos inyecciones de betún por semana y en un par de

meses quedás como Kunta Kinte –bromeó Alfonso.

  • El tratamiento para mutar de color es más sencillo de lo que se

Supone. Lo complejo es acomodar el pasado. Limpiar todas las relaciones sentimentales, lazos de sangre, de amistad. No deben quedar cabos sueltos, cualquier contacto anterior puede ser peligroso para iniciar esa nueva etapa. El cambio de fisonomía va acompañado de una transformación completa. Le arman otra vida sin perder detalles: parientes, fotos, mascotas, videos… hasta anécdotas para contar entre amigos.

  • Loco, esto me suena a bolazo –no aguantó más Alfonso.

  • Dejemos esto acá, muchachos, fue todo una joda –se ofendió el

Zarpa y llevó a su boca el vaso de cerveza, indiferente.

– ¡No te calentés! –pidió Dalmiro.

  • Está bien, loco, yo entiendo. Suena increíble… –pareció que iba a

seguir hablando, pero se detuvo.

  • No le hagas caso a este incrédulo, Zarpa –insistió Dalmiro- es de

los que confían en los noticieros. Cuando dijiste “plana mayor”, ¿a qué te referías?

  • Nada, muchachos, nada. Dejémoslo así. ¿Vieron el partido de

Boca? –pretendió cambiar de tema.

  • ¡Dale Zarpa! Mirá que me levanto y grito que me vendiste un

pollo podrido –bufoneó Alfonso.

  • La plana mayor son diez viejos crápulas que cocinan el estofado,

dueños de la opinión pública y los medios más poderosos del país del norte. New York Times, CNN, Wall Street, personalidades de la corte suprema, del senado… Es una corporación que dirige la estrategia gubernamental; los que nosotros vemos como dueños del circo, en realidad, son marionetas.

  • ¿Por qué a la corporación le interesaría que el pueblo de Estados

Unidos confiara en los negros? –preguntó Alfonso, ingenuo.

  • ¿Vos me lo preguntás en serio?

  • Por el presidente, boludo –informó Dalmiro.

  • Ojo –aclaró el Zarpa tocándose el párpado inferior- esto fue una

estrategia pensada y montada durante años, que finalmente dio excelentes resultados.

  • Dejaron a los negros al tope en las encuestas de opinión popular

–razonó Dalmiro.

  • Es decir que para vos la “plana mayor” tenía elegido su candidato

desde hacía mucho tiempo.

  • Sin duda.

  • Tenían al negro en la gatera –satirizó Dalmiro.

  • ¿Negro? No, no –se ayudó moviendo el índice-. Tenían al tipo

que necesitaban. Al candidato justo.

  • ¡Dejate de joder! ¿Seguro que ahora vas a decir que Obama era

blanco? –desafió Alfonso, pero se contuvo cuando vio que Dalmiro lo miraba enarcando las cejas como diciendo: “Dejalo, dejalo que hable”.

– Mirá, papá –se defendió el Zarpa- yo realmente no debería hablar de este tema, lo tengo prohibido, pero a veces no aguanto más y con gente discreta y de confianza como ustedes me deschavo y cuento lo que debería callar.

– Che, disculpame… no quise ofender –Alfonso tenía sentimientos encontrados. Por un lado admiraba la imaginación del mentiroso que tenía enfrente y por otro le molestaba el descaro. De todas maneras el relato le resultaba muy atractivo.

– ¿Barack era blanco? –interfirió Dalmiro.

  • ¿Ustedes observaron las facciones de Obama? ¿Le ven cara de

sudafricano? ¿No les llama la atención que casi no tenga parientes y que los pocos familiares que tiene, vivan en Kenia? ¡En Kenia, macho! ¡Les miraron las truchas a los negros de Kenia! Así tienen la napia –el Zarpa se tocó las mejillas con el índice y el pulgar de la mano derecha- ¿Por qué creen que apenas asumió, todos los medios de comunicación de Estados Unidos ya tenían su vida completa en video como si fuera una película?

  • Pero… ¿y la mujer? ¿y las hijas?

  • Son negras, por supuesto. Según tengo entendido, la dama era

viuda, aunque también hay rumores de que la hicieron viuda porque tenía la imagen que buscaban. Después, en medio del desamparo, habrá venido la propuesta y una vez aceptada, la cirugía.

  • ¿Cirugía?

  • Cirugía de todo tipo, incluso de testigos y contactos. Un cambio

de vida radical. Te imaginás, una mina que apenas tenía guita para darle de morfar a sus hijas pasó, en pocos meses, a ser primera dama.

  • Increíble… –comentó Dalmiro inmerso en el relato.

  • Los últimos diez años –continuó el Zarpa- estuvieron preparando

la elección. Cuando decidieron que el próximo presidente debía ser negro tuvieron que desarticular al Ku Klux Klan, organización que dependía de ellos mismos y destinar esa gente a otras actividades.

  • Ahora ayudan a cruzar cieguitos en las esquinas –se rió Alfonso.

  • Sí, pero solo a los cieguitos blancos –completó la broma Dalmiro.

– Una vez superada esa etapa, postularon al hombre y poco a poco lo hicieron crecer políticamente hasta llegar a las urnas.

  • Seguro que la elección fue trucha –supuso Alfonso.

  • No, eso sucede en los países subdesarrollados. Allá cuando llegan

a esa instancia ya no se puede hacer nada. Es imposible armar un fraude tan exagerado. Por eso trabajan tanto tiempo antes, creando imagen, carisma, consenso, para ganar las elecciones de manera legítima, sin sospechas.

  • No lo tomes a mal, Zarpa, pero es tan loco todo lo que contás…

  • Se hace difícil creer… A ver… –reflexionó el Zarpa y se mordió

el labio inferior buscando una explicación lógica. Luego prosiguió-. Hasta hace unos años, los negros entraban a la Casa Blanca únicamente para cortar el césped o arreglar la heladera. Ahora tienen uno que ocupa el escritorio del Salón Oval, que apoya el culo en el mismo sillón que usaron Nixon, Ford, Reagan, los Bush. ¿Ustedes creen que fue por mérito propio? ¿Casualidad? ¿Un golpe de suerte?… vamos muchachos, piensen un poco, no sean incrédulos.

  • ¿Y vos decís que eso se refleja en las películas? –el relato había

superado las expectativas de Dalmiro. Estaba frente a un agente encubierto de inteligencia del gobierno, que además conocía con detalles los secretos más turbios sobre la presidencia de los Estados Unidos y que dos horas antes ofrecía la promo de dos kilos de pata muslo a treinta y nueve pesos con noventa.

  • Te repito: “Hay que ver más allá”.

  • Che, pero ¿todas las películas tienen mensaje subliminal?

  • No, corazón, no –sonrió el Zarpa, sobrador-. “La era de hielo”,

“Una noche en el museo”, “Madagascar”, “Ratatouille”, no esconden demasiado. Generalmente son las que ellos mismos meten en los Oscars. Es parte del juego, es como decir: “Te lo mostré y no lo supiste ver”.

  • Dame algún ejemplo –pidió Dalmiro viendo que el pollero había

redondeado el concepto sin dar un caso concreto.

– A ver… –el Zarpa caviló un instante- ¿vieron “El extraño caso de Benjamín Button”?

  • La del tipo que nace viejo y muere bebé –recordó Alfonso.

  • Un buen laburo de Brad Pitt –intervino Dalmiro moviendo el

índice- aunque a mí la película no me gustó. No entiendo cómo pudo estar nominada.

  • Por el mensaje, querido. Estuvo nominada por el mensaje. Está

clarito, anticipan que desde ahora todo vuelve a empezar, pero al revés. Comienza la decadencia de los negros con Obama a la cabeza haciendo un gobierno mediocre y los blancos vuelven al liderazgo.

  • Nunca lo hubiese imaginado…

  • ¿Quieren otro ejemplo? –se agrandó el Zarpa al ver la cara de

asombro de sus acompañantes- “Milk”, otra de las nominadas.

  • Esa no la vi –dijo Alfonso y Dalmiro adhirió a la respuesta

negando con la cabeza.

  • Es una película sobre discriminación. El protagonista es trolo en

vez de negro –el zarpa guiñó un ojo- pero si uno analiza rápidamente el argumento encuentra algunas semejanzas. El tipo lucha sin descanso por los derechos humanos, se presenta varias veces como candidato a un cargo político y pierde, se enfrenta con el poder, con la corrupción… En fin, una vida similar a la que armaron para Barack Obama.

– ¿Y el mensaje?

– Tranquilo… acá va: ¿Saben cómo termina? Tira mucho de la soga y lo cagan a balazos. “Milk”, más que una película, es una advertencia.

Se hizo un breve silencio, terminaron la cerveza y comentaron las

cualidades de dos señoritas que habían ingresado. Parecía que el tema había concluido cuando Alfonso preguntó:

  • ¿Cómo pasás los informes?

  • Por e-mail –arriesgó Dalmiro.

  • No –estiró la “o” el Zarpa- sería muy peligroso. Los envío por

correo, en carta simple, es la forma más segura, para que pase inadvertido.

  • Che, debés ganar buena guita con esto.

  • No me puedo quejar… más que en la pollería –largó la carcajada

el Zarpa.

  • Es raro que no te vayas a vivir a Buenos Aires.

  • Ellos prefieren que me quede acá por mi seguridad. Dicen que es

la mejor manera de proteger mi identidad. Los yanquis tienen agentes tratando de localizar al que descubre sus claves, saben que existo, pero no quién soy ni dónde vivo –el Zarpa acababa de poner un hermoso moño a la historia-. Ya tengo que irme muchachos, tengo una cita –informó mirando el reloj- y si no me apuro voy a llegar tarde.

  • ¿Estás saliendo con alguien?

  • Con la flaca de la joyería –contestó mientras dejaba un billete

debajo del vaso y se incorporaba.

  • ¿La morocha?

  • Sí, ya sé que es un bagayo… pero es la única heredera de toda la

fortuna de su familia. Hay que ver más allá –dijo a modo de despedida y se marchó.

Los dos amigos quedaron callados, pensativos, observando a través

de la ventana cómo la gente apuraba el paso por una llovizna repentina. Había caído el sol, hacía frío y las luces de los autos centelleaban con las gotas. Era uno de esos momentos mágicos que se disfrutan al amparo de un lugar tibio y con aroma a café.

– Se fue a la mierda –susurró Alfonso rompiendo el silencio.

  • Sí, tenía una cita…

  • No, digo que se fue a la mierda con el bolazo, hoy pasó todos los

límites.

  • Pero no se puede negar la inventiva, la habilidad que tiene para

armar la historia, los detalles…

  • La seguridad… –completó Alfonso- la seguridad con que la

cuenta y cómo la defiende aunque te esté diciendo que el fin de semana pasado estuvo en Júpiter comiendo un asado.

  • Si hubiera un campeonato mundial de mentirosos y lo mandamos

al Zarpa, robamos.

  • Habría que enviar también a un testigo, porque él es capaz de

mentirnos el resultado aunque salga primero –sonrió Dalmiro.

En la puerta, el Zarpa había cruzado unas palabras con Gustavo

Mandará, un nuevo afiliado a ese café, ahora dedicado a la política. Pocos meses antes su trabajo en un diario no le permitía disfrutar esos momentos, pero a partir de su elección se había vuelto un asiduo concurrente. Sonriendo y saludando como buen militante, llegó a nuestra mesa.

  • ¿Cómo anda el flamante diputado? –saludó Alfonso y señaló con

la mano abierta la silla libre a modo de bienvenida.

– No sabíamos que conocías a nuestro Don Verídico –comentó sonriendo Dalmiro.

  • ¿Al Zarpa? –dijo señalando con el pulgar hacia la puerta-. Al

Zarpa lo conozco de la pollería. Pero fijate qué curioso, el mes pasado tuve una reunión en la Casa Rosada y lo vi conversando con el Jefe de Gabinete como si fueran íntimos amigos.

Alfonso se recostó sobre el respaldo, entrecruzó los dedos detrás de la nuca y estiró las piernas con un gesto de satisfacción. Había trabajado todo el día y disfrutaba de ese momento de esparcimiento con su amigo en el café. De pronto, sin motivo aparente, expresó:

– Dicen que hay dos tipos de mentirosos, los que bolacean para entretener y los que mienten para joder. Aunque yo creo que hay más clases: los que están enfermos y engañan hasta cuando dicen la hora, los que se convencen de su mentira, los que fabulan, los que exageran…

– ¿Estás por hacer una tesis sobre los mentirosos? –Dalmiro estaba de espaldas a la puerta y por eso no había entendido el comentario.

– Ahora vamos a tener un práctico con el Zarpa –murmuró Alfonso adelantando el mentón.

Recién entonces Dalmiro giró la cabeza y lo vio. El Zarpa acababa de entrar y bromeaba a su paso con personas de otras mesas.

  • ¿Aterrizará acá?

  • ¿Te cabe duda? Somos la mejor pista para sus fantasías.

Alfonso y Dalmiro parecían molestos, aunque en realidad disfrutaban

la compañía del Zarpa. Dialogar con él era una especie de aventura que luego comentaban durante varios días. Su narración se podía tildar de extravagante o inverosímil, pero siempre gozaba de fundamento. Además le aportaba la vehemencia necesaria para que el relato resultase entretenido e interesante.

El Zarpa llegó a la mesa y antes de sentarse pidió al mozo mediante señas otra cerveza para reforzar la que, se veía de lejos, estaba a punto de morir.

  • ¿Qué acelga, todo viento? –preguntó. Era un personaje ocurrente,

de esos que siempre tienen frases y dichos simpáticos.

  • ¿Y bosque, todo tranquera? –siguió el juego Dalmiro.

  • Hace tiempo que no aparecés por acá –comentó Alfonso.

  • Viste cómo es la vida, entre una cosa y otra relegás lo más

importante: la cerveza con amigos –reflexionó.

  • Eso es filosofía de vida –acordó Alfonso- Y decime, ¿qué incluye

“entre una cosa y otra”?

  • Boludeces: el trabajo, la familia, la salud… –bromeó el Zarpa.

  • ¿Siempre laburás en la pollería?

  • Sí, es un trabajo menudo pero hay que poner huevos porque si

metés la pata hasta el muslo te conviene apechugar y no abrir el pico para que no te agarren del cogote –satirizó.

  • ¡Epa!, me pone la piel de gallina semejante despliegue

humorístico.

  • Ahora hablando en serio, sigo con el mismo laburo, es piola y no

levanta sospechas. En definitiva, es lo que me pidieron que consiguiera.

  • ¿Quién? –consultó Dalmiro presintiendo que venía el disparate.

  • El gobierno –contestó mientras servía la cerveza que el mozo

acababa de dejar sobre la mesa.

  • ¿Trabajás para el gobierno? –preguntó Alfonso en un cruce de

miradas con Dalmiro.

  • Ahá, –asintió exageradamente con la cabeza mientras tragaba-

hace mucho tiempo… –hizo una pequeña pausa en la que echó un rápido vistazo por el resto de las mesas y luego, con un tono de voz confidencial, dijo- es una gestión encubierta, les pido absoluta reserva, muchachos.

– Nosotros somos como los porteros de los telos, Zarpa –aseguró Dalmiro sellando su boca con los dedos como si tuviese un cierre imaginario en los labios.

  • ¿Y cuál es tu misión? –Alfonso empezaba a disfrutar de la charla.

  • Analizo los mensajes subliminales de las películas yanquis.

  • ¿Cómo es eso?

  • Mi trabajo consiste en examinar cada filme que entra al país y

pasar un informe a Casa de Gobierno. Una especie de asesor…

  • ¿Analizás las películas? ¿Con qué fin? –Alfonso sabía que el

Zarpa no era un improvisado y que para cada pregunta tenía respuesta.

  • Muchas películas yanquis tienen mensajes ocultos. Sus directores

narran, en forma encubierta, intimidades del gobierno y del país. Es como un juego.

  • ¿Y vos cómo te das cuenta?

  • Hay que ver más allá –ahora el Zarpa había adoptado cierto aire

de suficiencia-. A ver… a simple vista los americanos siempre trataron de mostrarnos en sus películas una condición social muy diferente de la que vivían. Por ejemplo, hace treinta años, cuando el racismo era evidente y brutal, ellos nos mandaban series televisivas como “División Miami” o películas como “Arma mortal” que tenían como protagonistas a un policía blanco y otro negro. Hermanos de sangre con diferente color de piel. Más claro echale agua.

  • “48 horas” con Eddie Murphy –contribuyó Dalmiro.

  • Ese es otro ejemplo, –el Zarpa apuntó con el índice a Dalmiro

agradeciendo la participación y continuó-. Era la forma de contrarrestar la imagen de un país que se llenaba la boca hablando de democracia, pero que en sus calles mostraba lo contrario. Infinidad de bares y restaurantes no dejaban entrar negros. Comercios de todos los rubros con carteles en sus vidrieras prohibiéndoles el ingreso y transportes públicos con sectores predeterminados, como si esos tipos estuvieran enfermos…

  • Derrochaban discriminación –completó Dalmiro.

  • ¡Claro! –subrayó el Zarpa- pero en las películas exhibían lo

contrario. Con el paso del tiempo la cosa fue cambiando. Diez o quince años después se dieron cuenta de que el público de cine prefería a la gente de color.

  • De color negro –aportó Dalmiro.

  • Sí, boludo, no va a ser a los chinos –refutó Alfonso, harto de las

acotaciones de Dalmiro.

  • Fue entonces –retomó el Zarpa- cuando pasaron a ser los héroes

de la historia y se estrenaron filmes como “Enemigo oculto” o “Contrato” con protagonistas de la talla de Morgan Freeman, Forest Whitaker o Samuel Jackson.

  • Denzel Washington –sugirió Dalmiro.

  • Denzel Washington… –el Zarpa se pasó el índice y el pulgar por

la comisura de los labios y repitió- Denzel Washington… no es el mejor ejemplo.

  • ¿Por qué lo decís? –se interesó Alfonso.

  • No es negro –susurró el Zarpa mirando el recinto por encima de

las cabezas de sus acompañantes.

Lo estaba haciendo de nuevo, los había atrapado en sus redes y lo

peor era que ellos no querían salir de esa fantasía. La historia les resultaba tan descabellada como interesante.

  • ¿Cómo que no es negro? Mañana mismo llevo mi televisor al

service –ironizó Dalmiro.

  • Pero no crean que es el único caso –el Zarpa no tuvo en cuenta el

comentario-. Cuando la plana mayor yanqui encuentra un actor de carrera, con personalidad, carisma y talento especial, le ofrece otra vida. Después es decisión del artista convertirse en una celebridad o seguir siendo un don nadie. Entre los cambios, está el color de la piel.

  • Me estás jodiendo…

  • ¿Acaso Michel Jackson no lo hizo a la inversa, que es mucho más

complicado? –argumentó el Zarpa.

  • Te mandás dos inyecciones de betún por semana y en un par de

meses quedás como Kunta Kinte –bromeó Alfonso.

  • El tratamiento para mutar de color es más sencillo de lo que se

Supone. Lo complejo es acomodar el pasado. Limpiar todas las relaciones sentimentales, lazos de sangre, de amistad. No deben quedar cabos sueltos, cualquier contacto anterior puede ser peligroso para iniciar esa nueva etapa. El cambio de fisonomía va acompañado de una transformación completa. Le arman otra vida sin perder detalles: parientes, fotos, mascotas, videos… hasta anécdotas para contar entre amigos.

  • Loco, esto me suena a bolazo –no aguantó más Alfonso.

  • Dejemos esto acá, muchachos, fue todo una joda –se ofendió el

Zarpa y llevó a su boca el vaso de cerveza, indiferente.

– ¡No te calentés! –pidió Dalmiro.

  • Está bien, loco, yo entiendo. Suena increíble… –pareció que iba a

seguir hablando, pero se detuvo.

  • No le hagas caso a este incrédulo, Zarpa –insistió Dalmiro- es de

los que confían en los noticieros. Cuando dijiste “plana mayor”, ¿a qué te referías?

  • Nada, muchachos, nada. Dejémoslo así. ¿Vieron el partido de

Boca? –pretendió cambiar de tema.

  • ¡Dale Zarpa! Mirá que me levanto y grito que me vendiste un

pollo podrido –bufoneó Alfonso.

  • La plana mayor son diez viejos crápulas que cocinan el estofado,

dueños de la opinión pública y los medios más poderosos del país del norte. New York Times, CNN, Wall Street, personalidades de la corte suprema, del senado… Es una corporación que dirige la estrategia gubernamental; los que nosotros vemos como dueños del circo, en realidad, son marionetas.

  • ¿Por qué a la corporación le interesaría que el pueblo de Estados

Unidos confiara en los negros? –preguntó Alfonso, ingenuo.

  • ¿Vos me lo preguntás en serio?

  • Por el presidente, boludo –informó Dalmiro.

  • Ojo –aclaró el Zarpa tocándose el párpado inferior- esto fue una

estrategia pensada y montada durante años, que finalmente dio excelentes resultados.

  • Dejaron a los negros al tope en las encuestas de opinión popular

–razonó Dalmiro.

  • Es decir que para vos la “plana mayor” tenía elegido su candidato

desde hacía mucho tiempo.

  • Sin duda.

  • Tenían al negro en la gatera –satirizó Dalmiro.

  • ¿Negro? No, no –se ayudó moviendo el índice-. Tenían al tipo

que necesitaban. Al candidato justo.

  • ¡Dejate de joder! ¿Seguro que ahora vas a decir que Obama era

blanco? –desafió Alfonso, pero se contuvo cuando vio que Dalmiro lo miraba enarcando las cejas como diciendo: “Dejalo, dejalo que hable”.

– Mirá, papá –se defendió el Zarpa- yo realmente no debería hablar de este tema, lo tengo prohibido, pero a veces no aguanto más y con gente discreta y de confianza como ustedes me deschavo y cuento lo que debería callar.

– Che, disculpame… no quise ofender –Alfonso tenía sentimientos encontrados. Por un lado admiraba la imaginación del mentiroso que tenía enfrente y por otro le molestaba el descaro. De todas maneras el relato le resultaba muy atractivo.

– ¿Barack era blanco? –interfirió Dalmiro.

  • ¿Ustedes observaron las facciones de Obama? ¿Le ven cara de

sudafricano? ¿No les llama la atención que casi no tenga parientes y que los pocos familiares que tiene, vivan en Kenia? ¡En Kenia, macho! ¡Les miraron las truchas a los negros de Kenia! Así tienen la napia –el Zarpa se tocó las mejillas con el índice y el pulgar de la mano derecha- ¿Por qué creen que apenas asumió, todos los medios de comunicación de Estados Unidos ya tenían su vida completa en video como si fuera una película?

  • Pero… ¿y la mujer? ¿y las hijas?

  • Son negras, por supuesto. Según tengo entendido, la dama era

viuda, aunque también hay rumores de que la hicieron viuda porque tenía la imagen que buscaban. Después, en medio del desamparo, habrá venido la propuesta y una vez aceptada, la cirugía.

  • ¿Cirugía?

  • Cirugía de todo tipo, incluso de testigos y contactos. Un cambio

de vida radical. Te imaginás, una mina que apenas tenía guita para darle de morfar a sus hijas pasó, en pocos meses, a ser primera dama.

  • Increíble… –comentó Dalmiro inmerso en el relato.

  • Los últimos diez años –continuó el Zarpa- estuvieron preparando

la elección. Cuando decidieron que el próximo presidente debía ser negro tuvieron que desarticular al Ku Klux Klan, organización que dependía de ellos mismos y destinar esa gente a otras actividades.

  • Ahora ayudan a cruzar cieguitos en las esquinas –se rió Alfonso.

  • Sí, pero solo a los cieguitos blancos –completó la broma Dalmiro.

– Una vez superada esa etapa, postularon al hombre y poco a poco lo hicieron crecer políticamente hasta llegar a las urnas.

  • Seguro que la elección fue trucha –supuso Alfonso.

  • No, eso sucede en los países subdesarrollados. Allá cuando llegan

a esa instancia ya no se puede hacer nada. Es imposible armar un fraude tan exagerado. Por eso trabajan tanto tiempo antes, creando imagen, carisma, consenso, para ganar las elecciones de manera legítima, sin sospechas.

  • No lo tomes a mal, Zarpa, pero es tan loco todo lo que contás…

  • Se hace difícil creer… A ver… –reflexionó el Zarpa y se mordió

el labio inferior buscando una explicación lógica. Luego prosiguió-. Hasta hace unos años, los negros entraban a la Casa Blanca únicamente para cortar el césped o arreglar la heladera. Ahora tienen uno que ocupa el escritorio del Salón Oval, que apoya el culo en el mismo sillón que usaron Nixon, Ford, Reagan, los Bush. ¿Ustedes creen que fue por mérito propio? ¿Casualidad? ¿Un golpe de suerte?… vamos muchachos, piensen un poco, no sean incrédulos.

  • ¿Y vos decís que eso se refleja en las películas? –el relato había

superado las expectativas de Dalmiro. Estaba frente a un agente encubierto de inteligencia del gobierno, que además conocía con detalles los secretos más turbios sobre la presidencia de los Estados Unidos y que dos horas antes ofrecía la promo de dos kilos de pata muslo a treinta y nueve pesos con noventa.

  • Te repito: “Hay que ver más allá”.

  • Che, pero ¿todas las películas tienen mensaje subliminal?

  • No, corazón, no –sonrió el Zarpa, sobrador-. “La era de hielo”,

“Una noche en el museo”, “Madagascar”, “Ratatouille”, no esconden demasiado. Generalmente son las que ellos mismos meten en los Oscars. Es parte del juego, es como decir: “Te lo mostré y no lo supiste ver”.

  • Dame algún ejemplo –pidió Dalmiro viendo que el pollero había

redondeado el concepto sin dar un caso concreto.

– A ver… –el Zarpa caviló un instante- ¿vieron “El extraño caso de Benjamín Button”?

  • La del tipo que nace viejo y muere bebé –recordó Alfonso.

  • Un buen laburo de Brad Pitt –intervino Dalmiro moviendo el

índice- aunque a mí la película no me gustó. No entiendo cómo pudo estar nominada.

  • Por el mensaje, querido. Estuvo nominada por el mensaje. Está

clarito, anticipan que desde ahora todo vuelve a empezar, pero al revés. Comienza la decadencia de los negros con Obama a la cabeza haciendo un gobierno mediocre y los blancos vuelven al liderazgo.

  • Nunca lo hubiese imaginado…

  • ¿Quieren otro ejemplo? –se agrandó el Zarpa al ver la cara de

asombro de sus acompañantes- “Milk”, otra de las nominadas.

  • Esa no la vi –dijo Alfonso y Dalmiro adhirió a la respuesta

negando con la cabeza.

  • Es una película sobre discriminación. El protagonista es trolo en

vez de negro –el zarpa guiñó un ojo- pero si uno analiza rápidamente el argumento encuentra algunas semejanzas. El tipo lucha sin descanso por los derechos humanos, se presenta varias veces como candidato a un cargo político y pierde, se enfrenta con el poder, con la corrupción… En fin, una vida similar a la que armaron para Barack Obama.

– ¿Y el mensaje?

– Tranquilo… acá va: ¿Saben cómo termina? Tira mucho de la soga y lo cagan a balazos. “Milk”, más que una película, es una advertencia.

Se hizo un breve silencio, terminaron la cerveza y comentaron las

cualidades de dos señoritas que habían ingresado. Parecía que el tema había concluido cuando Alfonso preguntó:

  • ¿Cómo pasás los informes?

  • Por e-mail –arriesgó Dalmiro.

  • No –estiró la “o” el Zarpa- sería muy peligroso. Los envío por

correo, en carta simple, es la forma más segura, para que pase inadvertido.

  • Che, debés ganar buena guita con esto.

  • No me puedo quejar… más que en la pollería –largó la carcajada

el Zarpa.

  • Es raro que no te vayas a vivir a Buenos Aires.

  • Ellos prefieren que me quede acá por mi seguridad. Dicen que es

la mejor manera de proteger mi identidad. Los yanquis tienen agentes tratando de localizar al que descubre sus claves, saben que existo, pero no quién soy ni dónde vivo –el Zarpa acababa de poner un hermoso moño a la historia-. Ya tengo que irme muchachos, tengo una cita –informó mirando el reloj- y si no me apuro voy a llegar tarde.

  • ¿Estás saliendo con alguien?

  • Con la flaca de la joyería –contestó mientras dejaba un billete

debajo del vaso y se incorporaba.

  • ¿La morocha?

  • Sí, ya sé que es un bagayo… pero es la única heredera de toda la

fortuna de su familia. Hay que ver más allá –dijo a modo de despedida y se marchó.

Los dos amigos quedaron callados, pensativos, observando a través

de la ventana cómo la gente apuraba el paso por una llovizna repentina. Había caído el sol, hacía frío y las luces de los autos centelleaban con las gotas. Era uno de esos momentos mágicos que se disfrutan al amparo de un lugar tibio y con aroma a café.

– Se fue a la mierda –susurró Alfonso rompiendo el silencio.

  • Sí, tenía una cita…

  • No, digo que se fue a la mierda con el bolazo, hoy pasó todos los

límites.

  • Pero no se puede negar la inventiva, la habilidad que tiene para

armar la historia, los detalles…

  • La seguridad… –completó Alfonso- la seguridad con que la

cuenta y cómo la defiende aunque te esté diciendo que el fin de semana pasado estuvo en Júpiter comiendo un asado.

  • Si hubiera un campeonato mundial de mentirosos y lo mandamos

al Zarpa, robamos.

  • Habría que enviar también a un testigo, porque él es capaz de

mentirnos el resultado aunque salga primero –sonrió Dalmiro.

En la puerta, el Zarpa había cruzado unas palabras con Gustavo

Mandará, un nuevo afiliado a ese café, ahora dedicado a la política. Pocos meses antes su trabajo en un diario no le permitía disfrutar esos momentos, pero a partir de su elección se había vuelto un asiduo concurrente. Sonriendo y saludando como buen militante, llegó a nuestra mesa.

  • ¿Cómo anda el flamante diputado? –saludó Alfonso y señaló con

la mano abierta la silla libre a modo de bienvenida.

– No sabíamos que conocías a nuestro Don Verídico –comentó sonriendo Dalmiro.

  • ¿Al Zarpa? –dijo señalando con el pulgar hacia la puerta-. Al

Zarpa lo conozco de la pollería. Pero fijate qué curioso, el mes pasado tuve una reunión en la Casa Rosada y lo vi conversando con el Jefe de Gabinete como si fueran íntimos amigos.

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